La descripción que hace el poeta Javier Sicilia de la nación, recoge a un México adolorido, el de la mayoría que ha guardado silencio, que se ha tragado el miedo, la rabia, la ineptitud de los funcionarios, el enojo y su frustración. Conocer la historia de una de las víctimas, conmueve y hermana: sabemos su nombre, conocemos a su papá, sabemos de sus amigos cercanos, nos encontramos en los lugares comunes, nos hacemos parte. Pronunciar su nombre rompe la cifra, el número frio de los 35,000; lo hace carne entre nosotros. La palabra que pronuncia nombres construye.
Visité hace tiempo en Jerusalén el memorial de los niños y niñas víctimas del holocausto. El sitio es conmovedor y re-constructor de historia, pues sin más que un cuarto circular obscuro con una vela encendida en el centro una grabación repetía con voces de madres los nombres de sus hijos. Oír el nombre hacía reconstruir la historia, imaginar la vida de aquel niño. Pronunciar el nombre es contundente, en Dios su acción es de creación, en el ser humano construye humanidad. Las marchas de ‘ya basta’ de estos últimos días, pronuncian humanidad, ante las voces de la muerte que anuncian guerras poderosas prolongadas.
Quizá vale la pena pensar colectivamente en hacer ya el memorial de todos y cada uno de los muertos de esta guerra inútil. Colocar sus nombres en un gran muro o pronunciarlos uno tras otro. Estoy seguro que eso ayudará a acabar la guerra inútil. Pues si se calla el cantor (el poeta)…
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